El legado
de Teresa:
El caso de derechos de las mujeres que
cambió al mundo
por Tanya Brannan
Un silencio
se asentó en el salón de la corte cuando Sara Rubio
Hernández inició su segundo día de testimonio
en el juicio federal de derechos civiles de María Teresa
Macías en San Francisco. Todos los ojos estuvieron puestos
sobre Sara conforme ella relató la historia de los valientes
pero fallidos intentos de su hija por escapar de la violencia
de su esposo.
Ese escape
no habría de ser posible. El 15 de abril de 1996, Avelino
Macías asesinó brutalmente a Teresa, le disparó
a Sara, luego se acostó sobre el cuerpo agonizante de Teresa
y se suicidó dándose un balazo en la cabeza.
Antes de ese
terrible día, Teresa Macías había llamado
al Departamento del Alguacil del condado de Sonoma más
de 20 veces para reportar el obsesivo acecho de Avelino; sus amenazas
de matarla a ella y a sus hijos, a su madre y a otros miembros
de su familia en México; también informó
sobre otros crímenes de felonía cometidos por él.
Teresa había conseguido que sus amistades, parientes y
empleadores reportaran los incidentes que ellos mismos habían
presenciado; obtuvo múltiples órdenes de restricción
y le reportó al alguacil cada violación de esas
órdenes. En síntesis, Teresa Macías hizo
todo lo correcto.
Pero en el
Departamento del Alguacil lo hicieron todo mal. Nunca citaron
ni arrestaron a Avelino, a pesar de la propia política
departamental y de la ley de California que les obligaban a hacerlo.
A Teresa la llamaron 'loca', le dijeron que dejara de llegar al
Departamento y, contrario a lo que debían hacer, simplemente
desecharon sus quejas; luego nunca se molestaron en traducir las
páginas del diario de Teresa que ella les llevó,
en las cuales detallaba más de 30 crímenes diferentes
de Avelino. Colocaron a sus hijos bajo la custodia de los Servicios
de Protección Infantil pues ella no podía protegerlos
contra la violencia y los abusos sexuales de Avelino. Y pese a
todos estos incidentes, escribieron apenas dos reportes policiales.
En el estrado,
Sara Rubio Hernández describió el constante temor
que Teresa sentía por Avelino, quien la había golpeado,
la había violado en repetidas ocasiones y que le había
disparado a un hombre en la cabeza en su propio hogar, frente
a Teresa y sus tres pequeños hijos. Avelino había
abusado sexualmente de esos mismos niños y les había
golpeado con el palo de una escoba; también había
apagado cigarrillos en los brazos de Teresa. Y luego Sara describió
el día que él asesinó a su hija.
Ese lluvioso
día de abril, cuando Sara y Teresa regresaron a casa después
de realizar un trabajo de limpieza doméstica, Avelino las
estaba esperando. Después de que él se introdujo
a la fuerza en el vehículo de Teresa, ella escapó
y corrió hacia la casa. Cuando él entró forzosamente
en ésta, Teresa huyó a la acera. Mientras Sara levantaba
el auricular para llamar al 911, escuchó a Teresa rogar:
"Por Dios santo, por Dios santo, no lo hagas, no lo hagas".
Y luego oyó el disparo.
Sara fue a
la puerta de entrada y vio a Avelino corriendo por la acera, disparando
a mansalva. "Cerré fuertemente la puerta y me recliné
contra ésta", atestiguó Sara. "Luego Avelino
me disparó [en ambas piernas]. Caí de rodillas.
Cuando Avelino se volteó para irse, me dijo, riéndose:
"Mi estúpida suegra, maté a su hija".
Momentos después
de escuchar este escalofriante testimonio, el público de
la corte permaneció en anonadado silencio mientras los
abogados del alguacil del condado de Sonoma anunciaban que habían
llegado a un acuerdo económico con la familia Macías.
Y con ese histórico arreglo de $1 millón -el primero
a ser pagado por una agencia de las fuerzas de seguridad por su
incapacidad de proteger a una víctima de violencia doméstica,
lo cual condujo a que fuera asesinada-, uno de los más
importantes casos relacionados con los derechos de las mujeres
en la historia de los Estados Unidos llegó así a
un dramático final.
Pero el caso
Macías no es sólo una victoria legal. Es una victoria
para el activismo de base. Marie De Santis (del Centro de Justicia
para Mujeres) y yo (de Purple Berets) investigamos el contacto
que Teresa había tenido con las fuerzas de seguridad y
expusimos el mortal desprecio del alguacil que contribuyó
a su muerte. La gente nunca se habría enterado de Teresa
Macías si no hubiera sido porque esa investigación
fue divulgada a la prensa del área de la Bahía,
de esta manera avergonzando al Press Democrat para que cubriera
el caso.
Investigamos
la situación de la ley, nos reunimos con abogados constitucionales,
encontramos a los abogados que tomaron el caso y formularon la
estrategia legal, todo el tiempo acompañando a la familia
Macías para que pudiera hacerle frente a una serie de necesidades
adicionales tras el asesinato de Teresa. A lo largo de seis años,
los dos grupos organizamos manifestaciones, eventos y revelaciones
a la prensa; mantuvimos fluyendo información sobre el caso
por diversos medios. Y en cada forma posible convertimos el asesinato
de Teresa Macías en un caso emblemático de violencia
doméstica a nivel nacional e internacional.
Al final,
trabajando junto a su valiente familia, cumplimos el último
deseo de Teresa. Algunos días antes de ser asesinada, ella
le había dicho a su madre Sara: "Si yo muero, quiero
que le digas al mundo lo que me ocurrió a mí. No
quiero que otras mujeres sufran lo que estoy sufriendo. Quiero
que se las escuche".
Ahora están
escuchando, Teresa.
July
2002
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